"A veces no logro dormir... Es terrible no poder pegar el ojo, sabiendo que aquello bajo la cama no se agota y está esperando que el sueño me derrote".
Estaba escribiendo un libro con relatos que presumía de terror, poco a poco me percaté que no solo era un terror sobrenatural, sino que además se basaba en aquellas cosas que surgen de la mente de cualquiera afectado por el insomnio, aquellas que específicamente se escapan de la cordura que se hace dudosa en esos momentos en que no se sabe si es de noche o madrugada y explorando un poco más, me fijé que incluía aquellos reflejos de la pesadilla más recurrente que acompaña el ataque más vil de la parálisis de mi sueño. Esperaba convertirlo en ese libro, pero varias de las personas que por alguna razón se infiltraron en mis archivos me pidieron que las hiciera públicas, y me sonó la idea. Entonces aquí les dejo la línea "INSOMNIO Y OTROS TERRORES EN MI CABEZA".
JUEGO EN EL BOSQUE
La anciana huraña, había vivido en ese lugar aislado
durante muchos años, hasta algunas horas antes, cuando le fue arrebatada
horriblemente la vida y él fue testigo de ello, aunque no lograba estar seguro
si había participado de ello, ni siquiera tenía claro si él mismo había sido
causante de ese deceso.
Corrió tambaleante y sus pies descalzos resbalaron
inevitablemente justo en la puerta principal y su cuerpo semidesnudo cayó sobre
el piso de madera embadurnado de sangre y vísceras. Una sensación de nauseas se
apoderó de su estómago, y por un momento experimentó un peso descomunal sobre
sus piernas impidiendo ponerse de pie, pero el miedo que recorrió su espina
dorsal al escuchar pasos ligeros que se acercaban, lo impulsaron como si un
resorte invisible se aferrara a su espalda y emprendió una torpe carrera en
medio de las penumbras y los escasos vestigios de luz que la vegetación
atrapaba de los primeros momentos del amanecer. Se introdujo en el bosque a una velocidad de la que no
era consciente, como tampoco lo era de su ubicación. Siguió un trayecto
errático durante unos minutos, sintiéndose cada vez más debilitado, percibiendo
en su pecho expuesto una estrechez que lo llevó a hiperventilar y una flacidez
espontánea en sus piernas, lo obligó a tenderse tras una pila de troncos que
los leñadores de la zona habían dejado como producto de la jornada del día
anterior. Recostó su espalda a la madera mientras trataba de tranquilizarse con
inspiraciones profundas; observó sus manos y encontró las uñas y palmas
manchadas de rojo enmugrecido:
-
“¡Sangre!” – Pensó exaltado, mientras restregaba sus
extremidades contra las trizas que quedaban de su pantalón, tratando de
eliminar los restos del precioso líquido.
Cerró los ojos e intento romper los cerrojos que
aprisionaban su mente, realmente recordaba poco de lo ocurrido en la noche
anterior.
Siendo psiquiatra forense, la Policía le había encomendado evaluar la salud mental de la anciana, quien desde hacía unas semanas afirmaba en sus visitas al pueblo, que su nieta la visitaba poco después del anochecer. La preocupación era que la chica había desaparecido unos meses atrás, justo al tiempo en que él llegó trasladado desde la ciudad, y las sospechas apuntaban a que había sido atacada por algún animal salvaje, teoría que se mantenía a pesar de no haberse encontrado restos, sino algunos rastros de sangre que coincidían con su tipo.
Le tomó mucho más tiempo
del que había planeado para llegar hasta la cabaña, se había perdido en
cualquiera de los giros en medio de un lugar que resultaba igual por donde
mirase. Era posible que tuviera que regresar en medio de la noche, justo en esa
donde la luna llena estaría en lo más alto del cielo oscuro, y sabía
perfectamente qué significaba eso. No podía cometer otro error, no de nuevo, la
bestia oculta en su interior no tomaría el control.
Crédito: killjoygotico.blogspot.com |
La anciana no colaboraba,
parloteaba mucho y expresaba poco. Él estaba desesperado por acabar la
entrevista, su diagnóstico ya estaba determinado por las incoherencias que la
mujer profería sin control. En sus desvaríos le ofrecía siempre algo de beber,
y él lo rechazaba una y otra vez, hasta que la insistencia triunfó y el
psiquiatra aceptó, miró la hora y el horror le hizo mella:
-
7:33 pm. – Murmuró. - ¿Cómo puede ser que haya pasado tan
veloz el tiempo. -
Agarró su maletín,
descuidadamente incrustó en este las hojas con las que había estado trabajando,
y al ponerse de pie, sintió que el mundo le daba vueltas en medio de la sutil
humarada de la infusión que había estado sorbiendo sin ganas; después su
realidad se tornó en colores grises y negros, y finalmente un dolor físico en
el que cada centro nervioso de su cuerpo se retorcía.
Luego hubo flashes,
instantes en los que todo era confusión, primaban rugidos y gritos femeninos,
luego el mundo se sumergió en un silencio absoluto.
Despertó con su cerebro
sobrecargado de toda clase de sensaciones, estaba tendido sobre un charco de
sangre y su gusto estaba plagado por un sabor salado que lo llevó hasta el
ligero recuerdo de una efervescencia bestial. Se incorporó y su obra mortal le
apabulló la visión, la anciana, ahora hecha pedazos, estaba esparcida por toda
esa habitación a la que no recordaba haber ingresado. Se cubrió la boca con las
manos, y lo que vio a continuación convirtió su asco y vergüenza en terror (…)
Un rastro muy definido de sangre, como un grueso hilo, se extendía desde el
suelo conectando con la sábana que se mantenía cruzada sobre el colchón, y
justo sobre la cabecera de la cama, en cuclillas, como pájaro posado sobre un
columpio, una silueta humanoide que se confundía con la oscuridad todavía
latente en el lugar, emitía gruñidos mientras sostenía algo con su mano
izquierda que devoraba con sumo placer. De repente, aquello se detuvo, se dio
cuenta que era observado, dejó caer su “comida”, que rebotó en el colchón, para
luego caer al suelo, rodando hasta los pies del hombre que descubrió ante sí,
un brazo de piel arrugada y destajada. Sea lo que fuese en la penumbra, se puso
de pie en el barandal con increíble equilibrio, hizo un movimiento veloz con su
mano y se encontró empuñando un objeto que emitía un destello. Él lo reconoció
como la filosa hoja de un cuchillo y una voz instintiva le hablo en su cabeza:
-
¡Huye! -
El hedor se hacía insoportable, lo que sumado a su
paranoia le hizo temer que lo que venía tras él estaba cerca. Se sentía
vulnerable, expuesto, lamentó no tener control sobre su bestia. Había pensado
en levantarse y avanzar, cuando percibió que a través del bosque, la criatura venía
en carrera y poco a poco, redujo la velocidad hasta caminar sobre las hojas
secas y detenerse. Estaba allí, y lo confirmó cuando una horrible voz, que
sonaba como vidrio al ser triturado, surcó el aire hasta caer donde él se
refugiaba:
-
¡Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está!..
¿Lobo está?
Comenzó a temblar sin control, forzando aún más sus
piernas contra el pecho, manteniéndose en el abrazo protector.
-
¡Juguemos en
el bosque, mientras el lobo no está!.. ¿Lobo está? -
Repitió aquello a escasos metros de distancia, y de
nuevo el crujir de ramas y hojas secas en el suelo delató su andar.
Créditos: fp.reerso.net |
Una breve conmoción y un impacto contra su refugio le
hizo salir de su posición, estaba golpeando los troncos desde el otro lado (…)
una, dos, tres veces y se detuvo. El desespero se hizo superior al miedo, giró
hacia los horizontales de madera y con los ojos cerrados comenzó a levantarse
para tratar de mirar hacia el otro lado. A pesar del miedo, la pasividad había
incrementado su angustia y cada segundo de silencio le atormentaba. Sus manos
hallaron el primer tronco y allí a medio asomar, abrió los párpados para
encontrarse al horror que, estando de pie, justo en la cima le esperaba. Se
paralizó y pudo reconocer a la adolescente, nieta de la anciana convertida en
despojos dentro de la cabaña; la misma chica inocente con la que se había
ensañado en su condición de bestia en otra noche de luna llena. Al volver en sí
después del lobo que tomaba su lugar, no había actuado mejor que un cobarde
cuando cubrió cuanto pudo la sangre y enterró los restos cerca del lugar donde
había despertado tras su transformación.
Evidentemente había regresado de la muerte. La mitad
de su rostro se encontraba desfigurada por severos desgarres que dejaban ver
parte de la dentadura y la mandíbula, la piel del cuello, cumplía con el mismo
requisito del ataque de un depredador monstruoso y a través de la chaqueta
sucia y en jirones de color rojo intenso, alcanzaba a visualizar tal cantidad
de tejido putrefacto, y la única parte intacta de la prenda era la capucha que
cubría la cabeza, dejando salir largos y enmarañados mechones de cabello
castaño; aún portaba lo que fue una sudadera gris, ahora con grandes pedazos de
tela ausentes, exponiendo delgadas piernas de las cuales colgaban tiras de piel
y músculo, y el color perlado de huesos aparecía tímidamente.
Lo peor de esa imagen, sus ojos, grisáceos, parecidos
a los de un pez muerto, que hacían de ese rostro algo aún más perturbador.
Entre la inmovilidad y el temblor en sus piernas, él vio que la adolescente se
agachaba, torciendo el tronco hasta que su rostro quedó equiparado con el suyo,
reflejando su imagen llena de violencia y terror en lo gélido de sus globos
oculares; alrededor de su boca se podía ver aún vestigios sanguinolentos del festín
en la habitación de la abuela. Lo que antes fue un impacto oloroso, se
convirtió en una oleada nauseabunda que provino de la boca de aquella chica
cuando la abrió:
-
Hola, lobito. – Brotaron las palabras como un agudo
chirrido. - Vamos a jugar, y ahora es
mi turno. Y la chica de la capucha roja sonrió mientras en su
mano derecha blandía con descuido el plateado cuchillo.
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